domingo, mayo 27, 2007

Concierto de Jethro Tull (Atarfe 24/05/2007)

¿Demasiado viejo para el rock and roll?

Parece una broma. Hace treinta años, Ian Anderson se sacó de sus mangas de indigente uno de los títulos más lapidarios de la historia: ‘Demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir’. En cuestiones de rock, está claro que el tiempo es selectivo. Y casi siempre sardónico. Cuando publicaron el disco, Jethro Tull gozaban de acomodo en el floreciente rock duro de los setenta. Antes, habían experimentado con blues, jazz, folk y rock progresivo. Pero los escoceses destacaban por una cualidad tan vistosa como la mota roja en la bandera nipona: su cantante tocaba la flauta.

Anoche, Ian Anderson volvió a Atarfe tres años después de su anterior pisada en suelo granadino. Está a punto de cumplir los sesenta. Ya no es el hippie melenudo y taciturno que actuaba como un demonio inquieto en la Isla de Wight o en el ‘Rock and roll circus’ de los Stones. Ahora camufla su calvicie con un pañuelo, se permite un chaleco colorido y luce una perilla de señor atildado. Es un hombre de orden. Recientemente saboreó el éxito empresarial en el negocio de las piscifactorías de salmón.

A estas alturas del partido, Ian Anderson ajusta el repertorio a sus limitaciones vocales y físicas. Cantó muy poco. Y aunque conserva la mirada anfibia, sus estiramientos de rodilla pasaron a la historia y sus poses no son las de antes, cuando sacudía la flauta con la misma rapidez y sentido del espectáculo que Jimi Hendrix con las seis cuerdas. De vez en cuando, se esforzaba en rememorar la silueta que, sin duda, le pertenece en el diccionario gráfico del rock: la del flautista en acción con forma de hache.

Anderson estuvo acompañado por un grupo en el que destaca el veterano guitarrista Martin Barre, verdadero motor del combo, que lleva en Jethro Tull desde su debut en 1968. Barre ha sido la cruz de guía de varias generaciones de músicos amantes de la precisión, la limpieza y la versatilidad. Un cimiento de la era progresiva que coordinó al pianista y acordeonista John O’Hara, al bajista David Goodier y al baterista James Duncan. Repasaron todas las etapas, algo sencillo para un elenco de músicos catedráticos, preparados durante muchos años en disciplinas ‘jazzeras’ y de ‘world music’.

No les costaba mucho alcanzar las notas de Mozart, el musical ‘America’, el ambiente cinematográfico de ‘Sweet dream’ o el punto Dire Straits en ‘Budapest’. Sin embargo, más de uno hubiese firmado escuchar ‘Aqualung’ entero y prescindir de las veleidades del flautista, que dejó fuera mucho material que los seguidores cuarentones esperaban oír.

De todos modos, Ian Anderson sigue siendo un maestro de los arpegios con la guitarra acústica. Al agarrarla y gotear los primeros acordes de ‘My god’, resultó inevitable sobrecogerse ante la canción más completa de su joya discográfica ‘Aqualung’, en su momento prohibido en España. El tema, una letanía de rock duro que causó furor en 1971, asentó el cristianismo antisistema entre los roqueros.

Y es que los primeros trabajos de Jethro Tull fueron los que levantaron buena parte del concierto. El comienzo prometedor de ‘Someday the sun won’t shine for you’, la continuación con el aclamado ‘Living in the past’, el ‘hard rock’ comprometido de ‘Thick as a brick’ o la también setentera ‘Bourée’. Todo a la manera de la tercera o la cuarta edad del rock, que quizá hubiera brillado más ante las butacas de un teatro. El inmenso Coliseo de Atarfe se quedó grande.

Eduardo Tébar

martes, mayo 22, 2007

Concierto de Roger Waters (Barcelona 21/04/2007)

El espíritu de Pink Floyd invade Barcelona

Durante toda la tarde del sábado día 21 de Abril ya se palpaba en el ambiente que, una vez más, Barcelona iba a ser el escenario de un acontecimiento histórico, de esos que difícilmente se olvidan. A pesar de coincidir en el mismo fin de semana la celebración del Salón Internacional del Cómic y la Feria del Turismo en los pabellones de la Fira de Mostres de Barcelona, muy próxima al Palau Sant Jordi, la multitud de personas venidas desde todas regiones de España enfundadas en sus camisetas de Pink Floyd, no pasaban inadvertidas paseando bajo un sol espléndido camino del recinto donde Roger Waters iba a ofrecer el único concierto en España de su gira “Dark side of the moon 2007”.

Las giras de Roger Waters, tanto con Pink Floyd como en solitario, siempre se han caracterizado por su espectacularidad y por su parafernalia escénica. En este caso, nada más entrar al pabellón, enseguida se intuía que el eje central del espectáculo visual iba a radicar en una gigantesca pantalla ubicada en la parte trasera del escenario. La primera imagen que uno podía ver en ella era la de una mesilla con una botella de Johnny Walker, un vaso y una radio “vintage” sobre la que reposaba la reproducción en miniatura de un avión militar de los años 20. Así como se acercaba la hora del concierto, una mano con un cigarrillo entre los dedos se servía un wisky detrás de otro e iba sintonizando la radio en busca de alguna canción. Los temas que sonaron durante estos instantes previos fueron desde “School days” de Chuck Berry hasta “Dancing Queen” de Abba.

Sobre las 21:30h. el Palau Sant Jordi ya estaba repleto con 18.500 almas que enloquecieron cuando, tras el grito de “Eins, Zwei, Drei, Vier”, y coincidiendo con una brutal explosión pirotécnica, Roger Waters y su banda entonaron los primeros acordes de “In the flesh”. Fue tan grande la emoción de este momento que incluso pude ver a gente llorando y con las manos en la cabeza con gesto de incredulidad por el hecho de tener delante, y tocando en directo, a una de las piezas fundamentales de la historia de la música del siglo XX. Tras recibir una grandísima ovación por parte de los allí presentes, Roger continuaría con “Mother” y con un emotivo “Set the controls for the heart of the sun”, interpretada mientras al fondo iban pasando imágenes en blanco y negro de los primeros tiempos de Pink Floyd. No menos sentida fue la puesta en escena de “Shine on your crazy diamond” que, con la proyección de imágenes psicodélicas, fotografías del difunto Syd Barrett y una lluvia de pompas de jabón, servirían de homenaje al genio fundador de Pink Floyd. “Have a cigar” y “Wish you were here” fueron los temas siguientes tras los que se daría paso a un set compuesto por algunas de las piezas más emblemáticas de la carrera en solitario de Waters como “Southampton Dock”, “The Fletcher’s memorial home” y “Perfect Sense”, esta última con la impresionante voz de la corista Katie Kissoon y con la aparición de un astronauta volando por los aires. Hasta ese momento Roger Waters fue parco en palabras con el público pero iba lanzando guiños, sonrisas y miradas de complicidad a los espectadores de las primeras filas y de las gradas laterales más próximas al escenario.

Tras este primer bloque Roger por fin decidió dirigirse al público de manera directa para presentar “Leaving Beirut”, un tema bastante reciente dedicado a la hospitalidad de una familia que le acogió durante un viaje en autostop desde Beirut a Londres cuando tenía 17 años. La canción fue íntegramente escenificada en las pantallas traseras del escenario en forma de viñetas de cómic, con una sincronización perfecta entre lo que se escuchaba y lo que se veía y leía. La pieza que sonó a continuación fue “Sheep”, uno de los momentos estelares de la noche con la aparición de un cerdo volador completamente “tatuado” con todo tipo de pintadas reivindicativas y pacifistas, el cual iba pasando sobre las cabezas del público. Después de este espectáculo visual y musical, y de provocar el asombro de todo el mundo, Roger Waters se despediría momentáneamente para descansar antes de la parte central del show, la interpretación del álbum “Dark side of the moon”.

Si bien es cierto que toda la promoción de la gira está centrada en la completa puesta en escena de “Dark side of the moon” en directo, a mí personalmente esta es la parte que menos interés me despertaba de todo el concierto. Evidentemente tiene mucho mérito interpretar en vivo y de cabo a rabo todo un disco de cuarenta y tantos minutos sin pausas entre canciones, pero en la práctica totalidad de los temas Roger Waters simplemente es el bajista del grupo. La ejecución fue perfecta, digna de músicos de primera fila (a destacar el batería Graham Broad, el saxofonista Ian Ritchie, los guitarristas Snowy White y Dave Kilminster, este último ejerciendo también de vocalista, y las voz femenina de Katie Kissoon), pero musicalmente, en todo este set Roger Waters pasó completamente desapercibido. Aún así, tanto la escenificación como la interpretación de todos los temas fueron magníficas, dejando lugar a algunas desviaciones con respecto a los temas originales, lo cual también es de agradecer. Tras los últimos latidos de corazón que cierran la obra “Dark side of the moon”, la banda decía adiós a Barcelona con la típica reverencia conjunta de todos los músicos, retirándose a los camerinos.

Cualquiera que haya leído hasta aquí pensará... “¿Ya está?”... Efectivamente, la noche todavía no había acabado. Después de varios minutos de peticiones por parte del público, la banda volvía al escenario y Roger presentaba a todos los músicos que le vienen acompañando durante esta gira, alguno de ellos (como el guitarrista Snowy White) fieles a Roger desde los tiempos de “Animals”. Tras las presentaciones llegó una pequeña recopilación de clásicos del álbum “The Wall”, compuesta por “The happiest days of our lives”, “Another brick in the wall part II” (con referencias en las pantallas traseras al muro levantado por Ariel Sharon entre Israel y Palestina), “Vera” y “Bring the boys back home”. Si la primera parte del concierto fue tremendamente emocionante desde el punto de vista de la nostalgia y la pomposidad escénica, esta tercera no lo fue menos por toda la temática tratada y todo el aire crítico que se transmitía a través de las proyecciones. En ellas se alternaban imágenes de diferentes conflictos bélicos con las de personajes de la política del siglo XX y XXI, los cuales eran abucheados por todo el estadio. Y como no podía ser de otra forma, el show llegó a su fin con la siempre apoteósica “Confortably numb”, dejando a las miles de personas que allí estábamos suspendidos en una nube de magia, emoción y satisfacción de la cual a algunos nos ha costado varias semanas descender.

Pese a actuar únicamente uno de sus componentes, a mí personalmente el concierto me transmitió más emociones y me supo más a un verdadero concierto de Pink Floyd que aquellos aburridos conciertos de la gira “The division bell” encabezados por Gilmour, Mason y Wright. Es una lástima que, estando los cuatro todavía en plena forma, tengamos que conformarnos con verlos por separado; pero bueno, sólo nos queda esperar que algún día los astros se alineen y tengamos la oportunidad de ver una gira de regreso de los Pink Floyd de verdad, los de toda la vida.

Rubén (El Artista Multimedia del Bajo Aragón)

lunes, mayo 14, 2007

Aterciopelados en Granada: el latido de la tierra (Granada 12/05/2007)

El grupo colombiano Aterciopelados actuó por segunda vez en Granada, sólo siete meses después de su anterior visita, para presentar su brillante último disco, ‘Oye’. Esta vez en la Industrial Copera, un recinto más amplio y más invernado en conciertos de pop-rock que el recogido Centro Cívico del Zaidín. Aunque anoche compareció la mitad de la naranja, porque el bajista Héctor Buitrago se quedó en las Américas estrenando paternidad. Así que Andrea Echeverri concentró la dirección musical y pasional, algo que en directo resulta inevitable por su acentuado carisma.

La cantante latina, también madre desde hace poco, ha sellado patente con la diferencia, lo que no deja de pasmar en este proceso que vivimos de galopante globalización de modas. Aterciopelados gozan de un posicionamiento privilegiado en Estados Unidos. ¡Sin sonar a Strokes! Ni siquiera se apresuran a salvar el rock como White Stripes. Andrea vive lejos de la gran ciudad, montaraz entre vegetales. Cuida de su hija y practica yoga. Su música, aunque basada en los códigos del estándar pop, tiene un punto autóctono e intransferible de canto de la tierra, de bálsamo terapéutico procedente de viejos rituales precolombinos.

Su voz férrea empieza a modular roturas que recuerdan a Chavela, con todo lo emocionante que eso implica. Encima está guapa: se lo gritaron un centenar de veces. Y hace gala de un lenguaje propio; una poesía cuidada, inocente en forma y mordaz en fondo, con hábiles dardos de retruécano. Enemiga de la superficialidad, la Echeverri se pone sarcástica en este álbum para atacar el capitalismo en ‘Don Dinero’ (“cómo te quiero”) y el rol de la mujer como objeto sexual en ‘Oye mujer’. Una llamada a la esencia sobre la apariencia que también esgrimió con ‘El estuche’. Por cierto, antiguas o nuevas, la gente entonaba con igual memoria el repertorio de esta cantautora total, sublime, a su vez, cuando habla de amor (‘Insoportable’).

Con dos grandes orejas de atrezo situadas a ambos extremos del escenario, la vocalista vino a Granada para comunicarse y desear “que la felicidad les atropelle”, invocando buenos augurios con esos largos brazos que extiende y mueve como hélices. Secundada por una banda eficiente y limpia que toca para ella, dinámica en los ritmos –batería y percusión hindú– y étnica en matices como las flautas indígenas. Había mucho público español y algo de latinoamericano. Pero, como dijo Andrea, “en un concierto todos somos de la misma tribu”.

Eduardo Tébar

martes, mayo 01, 2007

Concierto de Nick Cave (Málaga 22/04/2007)

La voz de la caverna

El primer concierto peninsular de Nick Cave, con el monopolio del cartel y al margen de su intervención en el FIB años atrás, estuvo salpicado por la confusión hasta el mismo momento en el que se personó en el escenario del Teatro Cervantes de Málaga. Hace unos meses surgieron los rumores: el legendario líder de Birthday Party y ‘crooner’ oscuro por excelencia de los últimos veinte años podría actuar en la capital andaluza. Pasaron semanas hasta la confirmación de la hipótesis. En pocos días se vendió el aforo del recinto decimonónico, muy apropiado para el cabaret-rock decadente del australiano. Lo importante era ver en directo a una referencia incuestionable de la música contemporánea.

Ante un público selecto, desconcertado por lo que se iba a encontrar y procedente de distintos puntos del país, Cave apareció en compañía de la banda con la que acaba de publicar ‘Grinderman’, su reciente aventura paralela, para extraer lo mejor de su cancionero en retrospectiva. Nada más cerca de sus míticos Bad Seeds. Excepto el guitarrista Mick Harvey, que ya llevó a Málaga su trabajo en solitario el año pasado, las ‘malas semillas’ estaban representados en el Cervantes por el polifacético Warren Ellis -violín y guitarras-, el batería Jim Sclavunos y el bajista Martin P. Casey.

Cierto es que de por sí emociona el simple hecho de estar frente al cantante de las ánimas. El ‘bluesman’ del matadero parece rodeado de un aura divina: impone. Con su silueta alta y delgada, mostacho de pistolero tejano a lo Sam Bigotes y enfundado en traje de diseño. Elegancia calabresa para el perdón de los pecados.

Nick Cave tocó el piano casi todo el tiempo. Un enorme piano de cola, tan negro como sus textos, siempre plagados de metáforas sobre abismos y verdades incómodas. Unas veces con la sutileza del club nocturno en altas horas. Otras, como una tormenta de violencia. Porque presenciar al reinventor de ‘In the gettho’ es, ante todo, someterse a un vendaval de romanticismo. Tanto más por los contorneos de su compañero Warren Ellis, un Rasputin de la calaña de su jefe; barbudo y productor de sonidos con las cuerdas. Desde las butacas, pasaba por el violinista más famoso del celuloide, pese a no haber tejado ni cinc.

No obstante, el rapsoda dialogó con la audiencia entre tema y tema. Escuchaba cada una de las peticiones con cortesía, lo que tampoco le apartó de la rigidez del guión. Sonó ‘Tupelo’, sí, cuando correspondía. Y así un largo desglose de todas sus etapas -‘The mercy seat’, ‘Hallelujah’, ‘God is in the house’-, alternando tempos y dejando para una fase final el contacto con la guitarra. Para el recuerdo, la interactuación total con los presentes en ‘The lyre of Orpheus’. Tampoco se escapa la crudeza de ‘Henry Lee’ sin el frote de P.J. Harvey. Pero el comentario a la salida era elocuente: “¡Qué voz!”. No sabemos cómo cantaría Jim Morrison a los 49 años. Aplicaremos lo de los buenos vinos. La última se la tomó en Málaga.

Eduardo Tébar