lunes, mayo 14, 2007

Aterciopelados en Granada: el latido de la tierra (Granada 12/05/2007)

El grupo colombiano Aterciopelados actuó por segunda vez en Granada, sólo siete meses después de su anterior visita, para presentar su brillante último disco, ‘Oye’. Esta vez en la Industrial Copera, un recinto más amplio y más invernado en conciertos de pop-rock que el recogido Centro Cívico del Zaidín. Aunque anoche compareció la mitad de la naranja, porque el bajista Héctor Buitrago se quedó en las Américas estrenando paternidad. Así que Andrea Echeverri concentró la dirección musical y pasional, algo que en directo resulta inevitable por su acentuado carisma.

La cantante latina, también madre desde hace poco, ha sellado patente con la diferencia, lo que no deja de pasmar en este proceso que vivimos de galopante globalización de modas. Aterciopelados gozan de un posicionamiento privilegiado en Estados Unidos. ¡Sin sonar a Strokes! Ni siquiera se apresuran a salvar el rock como White Stripes. Andrea vive lejos de la gran ciudad, montaraz entre vegetales. Cuida de su hija y practica yoga. Su música, aunque basada en los códigos del estándar pop, tiene un punto autóctono e intransferible de canto de la tierra, de bálsamo terapéutico procedente de viejos rituales precolombinos.

Su voz férrea empieza a modular roturas que recuerdan a Chavela, con todo lo emocionante que eso implica. Encima está guapa: se lo gritaron un centenar de veces. Y hace gala de un lenguaje propio; una poesía cuidada, inocente en forma y mordaz en fondo, con hábiles dardos de retruécano. Enemiga de la superficialidad, la Echeverri se pone sarcástica en este álbum para atacar el capitalismo en ‘Don Dinero’ (“cómo te quiero”) y el rol de la mujer como objeto sexual en ‘Oye mujer’. Una llamada a la esencia sobre la apariencia que también esgrimió con ‘El estuche’. Por cierto, antiguas o nuevas, la gente entonaba con igual memoria el repertorio de esta cantautora total, sublime, a su vez, cuando habla de amor (‘Insoportable’).

Con dos grandes orejas de atrezo situadas a ambos extremos del escenario, la vocalista vino a Granada para comunicarse y desear “que la felicidad les atropelle”, invocando buenos augurios con esos largos brazos que extiende y mueve como hélices. Secundada por una banda eficiente y limpia que toca para ella, dinámica en los ritmos –batería y percusión hindú– y étnica en matices como las flautas indígenas. Había mucho público español y algo de latinoamericano. Pero, como dijo Andrea, “en un concierto todos somos de la misma tribu”.

Eduardo Tébar